Los días grises y lluviosos de un invierno no muy lejano enmarcan su historia. Cuenta la leyenda, que su vida necesitaba un giro de 180 grados, un toque de magia. Pocas cosas tenían ya sentido, lo cual le impulsaba a transitar sin rumbo por el corredor del henares. Una buena noche, huyendo de la copa de whiskey en el bar de siempre, la suerte le arrastró hasta una sala de baile. La chispa surgió enseguida entre él y la kizomba, su gran salvación, llegó significando libertad y ritmo, sutileza y sensibilidad, la melodía coordinada en un abrazo. La conexión con el baile fue tal, que su adicción aún aumenta día a día. Porque no tiene límites, agudiza tus sentidos y la consciencia de tu cuerpo al tiempo que supone un reto de precisión para el intelecto.
Dicen de él que no hace ruido, que su presencia es misteriosa, que nadie sabe cómo aprendió a bailar y que quien prueba su baile: no lo olvida.
[huge_it_videogallery id=»5″]